Las prácticas culturales de los alimentos. El café como generador y objeto de agencia.
- Adrián Lopera
- 29 jul 2020
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 16 nov 2023
Artículo resultado de un trabajo de campo. Julio de 2020.
Edwin Adrián Lopera Hernández
Antropólogo de la Universidad de Antioquia
E-mail: lopera.adrian@gmail.com
Introducción
El meteorólogo norteamericano Edward Lorenz le dió a las mariposas uno de los poderes más sorprendentes que pueda tener un ser, es simple y al mismo tiempo mágico, este poder radica en el movimiento de sus alas, el cual está íntimamente ligado al resto del universo, y esto quiere decir que su apacible aleteo movilizaría un orden de sucesos que al final podrían terminar produciendo un ciclón en el caribe. Le llamaron el efecto mariposa, y a lo que realmente quiere evocar esto es a la teoría del caos, que en otras palabras quiere decir que, pequeñísimas causas son capaces de provocar grandes consecuencias (Mandressi, 2017).
El nombre real de este fenómeno es “sensibilidad a las condiciones iniciales”, y lo nombro especialmente en este ensayo por que pretendo reflexionar un poco sobre como los alimentos también poseen una sensibilidad particular que condiciona, ordena, desordena, actúa como movilizador, catalizador y provocador de fenómenos socioculturales, los cuales podrían terminar produciendo un orden de hechos sociales en múltiples espacios y tiempos.
Principalmente nos guiaremos por Alfred Gell y su concepto de agencia. Con esto se pretende evidenciar y describir los alcances sutiles de un producto en especial, el café, y aunque ya ha sido motivo de diversas reflexiones, es interesante analizarlo desde una nueva perspectiva, o sea, el café como agencia y su sensibilidad de provocar diversas condiciones y acciones sociales.
La pregunta que anima este ensayo aborda el café no como un producto alimenticio sino como un objeto social que ha impactado directamente las dinámicas culturales, o sea, el café como generador de discursos, símbolos, creencias, instituciones, prácticas y particularidades culturales.
La pregunta concreta, ¿es el café un objeto de agencia? ¿Se puede comparar a la agencia que tiene una obra de arte? Y finalmente, para tejer este trabajo con las salidas de campo, trataré de encontrar esas sutilezas cotidianas con las que el café moviliza los espacios por donde nos movimos.
Agencia
Lo primero es que la propuesta de Gell sobre el concepto de agencia era analizar particularmente las producciones artísticas en función de las causas que los provocaron, o sea, la clave para entender la agencia radica en insertar a los objetos en la red de relaciones que los originó e identificar los efectos que producen en los receptores (Gell, 2016, p. 24), o sea que, tantos las personas como las cosas tienen una capacidad de generar acciones socioculturales que son iniciados no solo por factores físicos sino también mentales y, mejor explicado, según Martínez, la agencia es capaz de afectar a los sujetos, induciéndolos a reacciones emocionales, producir ideas e inducir acciones sociales (Martínez, 2012).
Una explicación más para agencia, la expone Malosetti (2016), agencia es una proyección del poder, de ciertos efectos que un individuo es capaz de producir en el grupo al cual pertenece. Esa agencia actúa sobre la mente de cada ser humano pero es social de un modo inherent”(Malosetti, 2016).
De acuerdo a lo anterior, ¿cómo se relacionaría el café con la agencia? Lo primero es explicar que, la experiencia individual de consumo de alimentos implica una socialización y adaptación de símbolos que están cargados de afectividad hacia el otro, y hace que estos tomen orientaciones culturales concretas (Le Breton, 2007), direccionadas a construir conocimiento vital para la supervivencia y adaptación de normas colectivas de comportamiento y, el café no está exento de esto.
Particularmente, el recorrido histórico del café lo ha llevado a incorporarse en diversas manifestaciones sociales, celebraciones, citas, fiestas, ceremonias, reuniones etc., estableciéndose como un elemento de identificación socio-cultural clave en las actividades de las personas. Estas dinámicas están cargadas en gran medida a los fenómenos rituales, pues el café se establece no solo como un elemento de intercambio monetario sino también como un producto de interacciones sociales que se encargan de reforzar y construir identidades.
Un ejemplo para lo anterior es el ritual etíope Buna, en donde el café se convierte en un ingrediente sagrado de su cotidianidad, y en torno a este, se desarrolla una solemne ceremonia en la que la mujer y el café son los protagonistas. Es un contexto ritual, como una obra de arte escénica, donde el café se convierte en el sentido y motivo para la sociabilidad.
Otro indicio para defender al café como objeto de agencia parte de la idea del mismo Gell cuando analiza al arte no como un sistema codificado de símbolos sino como un “sistema de acción” y este sistema lo analiza desde cuatro aspectos, el índice, el artista, el destinatario y los prototipos (Gell, 2016, p. 25). ¿Y cómo se aplicaría este sistema de acción en el café?. Teniendo en cuenta que los objetos no pueden analizarse por fuera de interacciones sociales concretas, puedo empezar por mencionar, solo de paso, la cadena de producción del café y el contexto cultural que eso ha producido en el transcurso de la historia. Lo más interesante, es evidenciar como el café se convierte en un producto con índice al propiciar interpretaciones organolépticas y cognitivas, o sea, una taza de café se convierte en una cosa que se debe analizar, no tanto con los ojos, sino con el gusto y el olfato, sus tonos particulares y lo que eso dice de las tierras de donde viene.
Así mismo, el café tiene sus propios artistas, o sea, los productores se esmeran a través de técnicas para producir granos con sabores, calidades y cualidades particulares. Estos artistas (incluyendo a los baristas) o productores, apuntan a un destinatario, un consumidor final, que particularmente un hoy día es un consumidor que busca una experiencia más que un simple producto. Y como prototipo, o sea, la identidad a la que representa el índice visualmente, el café por si solo no cumpliría este aspecto, pero si lo haría cuando lo escenificamos en un contexto particular, ilustremos unos ejemplos en el siguiente subtítulo.
Prácticas culturales y café
Una bebida maldita y de herejes, eso decían. Contenía algo mágico y poderoso además de estimulante. Tenía que ser puesta a prueba, así que un día fue convocada ante el sumo sacerdote, el Papa Clemente VIII (1535-1605). Al probar la “poción del demonio”, fue inevitable, la compleja red sensorial que involucra al sentido del gusto hizo lo suyo, y así dijo: “sería una pena privar a los cristianos de un trago tan exquisito, le haremos una trampa al diablo…”. A continuación bautizó y declaró al café como una bebida inocente y cristiana. Así pues, el café obtuvo el permiso y se infiltró en las dinámicas culturales de los cristianos y en una afición de muchos papas (Lascasas M., 2010).
Hacia 1959, en otra parte del mundo apareció un personaje muy singular, revolucionó los mercados de Europa y Estados Unidos, y se instaló en ese imaginario cultural como la imagen de una realidad exótica. Este personaje fue concebido en Colombia, un hombre de boso, campesino de las altas montañas andinas, lleva en su atuendo un carriel, acompañado de una mula, llamada conchita, cargada de unos sacos de café hechos de fique y van viajando por todo el mundo representando una dimensión social y cultural. Juan Valdez, así lo conocen por todo el mundo, y donde quiera que vean su imagen, se entiende que hace alusión al mejor café del mundo.
Pero Juan Valdez también apunta a otras dinámicas, no solo es una marca, también responde a la necesidad de ofrecer una experiencia, tal como lo hizo Starbucks cuando desarrolló un modelo del consumo del café donde su calidad, servido por un experto, un ambiente cómodo, agradable, los aromas, la música y la satisfacción al cliente logró enriquecer la cultura del café, incrementando de esta manera el número de prácticas en su consumo (Austin E., James; Reavis, 2004). Además influyó en las actividades y rituales cotidianos de los consumidores, los cuales se vieron provocados a invertir tiempo y dinero en los escenarios del café, suscitando así un aumento en el capital socio-cultural (Towers et al., 2017).
Pasando a otros espacios y tiempos, en la industria del cine, el café y las cafeterías se convirtieron en recursos perfectos para construir todo tipo de escenas, unas románticas y otras intelectuales e incluso fantásticas (Amelie, 2001; el Origen, 2010; Café, 2011). Con el cine, muchas personas aprendimos que el café no solo sirve para sentarse a reflexionar y discutir con los amigos, es además un motivo perfecto para el flirteo y provocar al otro a un romance, sino vean un café famoso:

Una reflexión desde el trabajo de campo
El comedor de la casa de Débora Arango tiene una mesa para diez personas, es alargada, está hecho en madera, situado en una habitación alargada, con una lámpara que cuelga justo al medio de la mesa, las paredes están cargadas de muchos objetos, un cuadro de la última cena, candelabros, relojes, más lámparas, cenefas y otras obras más de la artista. Es un comedor grande y elegante.

Particularmente, cuando se entra al comedor por la puerta que está al lado del patio central de la casa, puedes voltear a la derecha, caminas hasta el fondo y se encontrará con una pequeña habitación cuasi secreta, no se ve a simple vista, aunque tiene una portada muy llamativa, dos bustos al lado y lado, una entrada en medio arco y pintado de color dorado, un piso de un color marrón suave, brillante y una ventana de madera al fondo. Al entrar a esta pequeña habitación el guía explica que era el espacio para reunirse a tomar café después de las comidas, al menos eso decía el guía, aunque en una publicación del periódico El Colombiano la titulaban como una sala de fumadores.

Pero eso sí, era un espacio exclusivo para sentarse a conversar y pasar un rato íntimo con personas de confianza. Quizá también el papá de Débora lo usaría para hablar de negocios o atender visitas.

Podríamos dejar pasar como desapercibida esta sala, pues hay muchas salas más que funcionan como espacios de reuniones, para pasar el rato y tomar algo. Sin embargo, me quiero detener acá porque allí existe una sutileza en la que debo profundizar. ¿Para qué fue concebido ese espacio? ¿Qué pasa allí?
Esta pequeña sala no fue concebida para cocinar, tampoco para lavar la ropa, ni como dormitorio, tampoco parece haber sido un taller o corral de animales, podría haber sido algunas de estas cosas, pero según el guía este espacio fue desde un principio un lugar para el encuentro, un lugar que invitaba a la conversación, una escenografía para la virtud de compartir y, ¿compartir qué?, tal vez un cigarrillo, pues en esa época no estaba prohibido fumar en espacios cerrados, ¿qué otra cosa?. Dada la configuración de la sala tampoco podría ser el lugar para hacer un asado, más bien, es un lugar perfecto para tomar un té, una aromática o, dado nuestro contexto cafetero, un tinto. Y Toda esa configuración para desarrollar un elemento trascendental, las relaciones.
¿A dónde se apunta con esto? A poner en evidencia como el café es capaz de insertarse en la dinámica de los imaginarios de las relaciones sociales, incluso configura espacios únicos para el, quizá no exclusivo del todo, pero siempre presente, hace parte también del conjunto de reglas y formalidades de los encuentros, como cuando se dice, ¿un cafecito?.
Supongamos que alguien objetara que el café no puede ser un objeto de agencia ya que es simplemente un estimulante y activa el sistema nervioso haciendo que las personas experimenten un “subidón” temporal. Podríamos responder que sí, claro, existen muchos estimulantes, pero el café no solo contiene cafeína, también posee una carga muy alta de sociabilidad que se manifiesta en múltiples ritualidades cotidianas.
Finalmente, el enfoque en el café como producto de agencia porque lo encuentro extraordinariamente versátil. Por su servicio al utilitarismo en las noches largas de estudio, para los hedonistas que buscan experiencias sensoriales, por su capacidad de juntar personas para hablar por horas, y como un catalizador que satisface esa necesidad humana de movilizarse a la acción social.
Y si se necesita que alguien hable un poco más de lo normal, invítalo a un café.
Bibliografía
Austin E., James; Reavis, C. (2004). Starbucks y Conservation International. March, 1–29. https://s3.amazonaws.com/academia.edu.documents/38492457/309S01-PDF-SPA_-_Starbucks.pdf?AWSAccessKeyId=AKIAIWOWYYGZ2Y53UL3A&Expires=1557170392&Signature=K6BWsoDFdft5TzKs2kdJbj4uks0%3D&response-content-disposition=inline%3B filename%3D309S01_PDF_SPA_Starbu
Gell, A. (2016). Arte y agencia. Una teoría antropólogica (G. Wilde, Guillermo; Araoz (ed.); Sb).
Lascasas M., S. (2010). Biografía del café. Cuadernos de Aragón, 43, 93. http://ifc.dpz.es
Le Breton, D. (2007). El sabor del mundo. Una antropología de los sentidos (Nueva Visi).
Malosetti, L. (2016). Alfred Gell, Arte y agencia, una teoría antropológica. Caiana. Revista de Historia Del Arte y Cultura Visual Del Centro Argentino de Investigadores de Arte, 8, 167–170. http://caiana.caia.org.ar/template/caiana.php?%0Apag=books/book.php&obj=238&vol=8
Mandressi, R. (2017). De ciclones y mariposas: la teoría del caos, la irreversibilidad del tiempo y la autoorganización de la vida. https://redfilosoficadeluruguay.wordpress.com/2017/08/10/de-ciclones-y-mariposas-la-teoria-del-caos-la-irreversibilidad-del-tiempo-y-la-autoorganizacion-de-la-vida/
Martínez, S. (2012). La antropología, el arte y la vida de las cosas: Una aproximación desde art and agency de alfred gell. AIBR Revista de Antropologia Iberoamericana, 7(2), 171–196. https://doi.org/10.11156/aibr.070203
Towers, R., Zamith B., E., & Belk W., R. (2017). El ritual de transformación del sabor en el mercado especializado del café. Revista de Administración de Empresas, 57(5), 1–14. http://dx.doi.org/10.1590/s0034-759020170506
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